Versos al personaje
MANUEL PACHECO (Diciembre de 1959) Poema a la pintura de Silveira Te gana el grito de expresar las cosas que calientes de sueño tienen alas y quieren escaparse como nubes, pero tú las desangras. Tu pintura no tiene ni un magnolio donde posar la cara y, aunque vive el clavel en el jardín del niño, no puedes engañarla. Tu pintura es así: muchacha triste acariciando el viento de una jaula, escamas de ceniza que se caen, la familia arrojada a la cloaca, la carreta en penumbra de un camino y una calle muy larga que difumina su nariz de estiércol sobre un negro horizonte de hojalata. Hasta el aire suave del paisaje con su luz nos araña y tus jarras-espectros vitalizan la libertad del agua que rompe en rebeldía los pantanos que quieren encauzarla. Te dirán que hay un aro perverso en tus pupilas agrandadas y que pintas la lepra de las cosas sin poner en tus cuadros la esperanza. Pero yo te saludo en tu pintura que tiene en su color como una llaga que pone en las miradas de los tibios un puñetazo de alma. Silveira, mi poema a tu pintura con su mano de hombre a la tuya se enlaza porque te sabe abierto, luchando contra un mundo que nos quiere secar la flor del alba.
LUIS ÁLVAREZ LENCERO (Mayo de 1963) Poema al pintor Guillermo Silveira, que apedrea los lienzos con su corazón de pan y es mi amigo Te escuece como un rayo Extremadura y estallan tus raíces. Se te inflama todo tu corazón en honda llama con sordos alaridos de locura. Y abres de par en par tu dentadura sobre el lienzo, con hambre, mientras brama tu dolor hecho lumbre y se derrama, ahorcando tubo a tubo, la pintura. Y empuñas tu pincel como un arado con sudor y con furia campesina, tragándote los cardos de las penas. Eres un hombre entero, iluminado. Tú mamaste la leche de una encina y ante ti se arrodillan las cadenas.
BIENVENIDO DEL PINO (Mayo de 1963) Tu gran humanidad Tu gran humanidad se vierte al barro y lo machaca. No piensas nada. Sólo te absorbe la idea que te destroza. Quitas y pones, hundes y levantas. Tus dedos fuertes desprecian los palillos –no quieren herramientas que sean prolongación de tus ideas–. Tan solo ellos trabajan. No quieres intermediarios que en la cadena de la interior correspondencia humana deformen la obra concebida. Buscas la recta, el más corto camino, entre un latir de inspiración y la obra misma. Quisieras a la piedra darle forma a golpes de tu alma.
MIGUEL PÉREZ REVIRIEGO (2012) Silveira y Fregenal en siete estrofas (guión para una charla) 1. Ya podíamos, más o menos, hablar de Ortega Muñoz y de las nubes, de un Badajoz yacente y visionario, de un hombre, de nada menos que de todo un hombre, o cómo darle la vuelta a la hoja en blanco, a la triste hoja en blanco del carmín encendido, el furtivo de turno, el remansado río, el viento del oeste, la zagala feliz y contenida… 2. Ya podíamos hablar de un Pérez Reviriego, de un oscuro Miguel de un pueblo ensimismado (ya podíamos hablar de Julia Albano, de Aguedita, de Ambrosia, de mi abuelo, de Rosa la corchuelera, de un viejo Fregenal que tuve alguna vez y ya no existe, de un hombre gris que siempre iba conmigo, y una luna de invierno, y un otoño cualquiera, o cualquier tarde), de un aprendiz de artista que, una noche, fue una noche de octubre o de silencio, llegó a Oficios y Artes (entiéndase a una Escuela, y una calle que no puede acordarse), y le espetó al maestro, a Silveira, a Guillermo, cómo se vaciaban mil figuras en bronce; cómo era todo aquello de la «cera perdida», que escuchó alguna vez, y no sabía dónde, pero algo le sonaba… 3. Ya podíamos hablar de tantas tardes, de tantas anchas tardes en su casa de siempre, compartiendo tabaco, y luna, y soledades, y colores y formas, y manchas, y espacios, y texturas, y hasta maculaturas; y una estación vacía, o un andén encendido de un pueblo siempre blanco…, como el que a mí me estuvo, y no fue culpa mía: siempre la culpa, las eternas culpas… 4. Ya podíamos hablar de un verde tiempo azul, de un tiempo en que pasaron a llamarte Francisco, poco más, y la muerte… 5. Ya sí podremos hablar otro día, mejor, mejor otro día, con permiso de la escucha, de una humilde habitación donde moró la pintura, la belleza y la locura y el mar y la sinrazón. Donde un solo corazón noche tras noche fluía y, a poco, se enternecía de tan vieja calentura. 6. Y ahora viene Fernando, con la que está cayendo, y me hace regresar a un siglo de amor y lejanías, donde todo era mar y la esperanza y la vida eran cosas de todas las mañanas, y todas las guadianeras tardes de aquel tiempo perdido me llevaban a un lienzo de tejados azules y de palomas grises definitivamente roto y para siempre. 7. Y ahora viene mi hija, mientras escribo esto, mi Silvia de mi luz y mi esperanza, y me dice qué bien, que siga, papi, pintando cielos verdes, rosa, amarillo, azul e inacabados, y olmos viejos hendidos por el rayo, junto a resecos cauces, y estaciones vacías como aquella de entonces, y un mar, un solo y viejo mar distante y roto, para que nunca, nunca se me olvide, que vengo, que no soy otra cosa, que no he visto más sombras en mi vida que aquellas anchas tardes o una casa de siempre, compartiendo Silveira y soledades.
FRANCISCO JOSÉ VAZ LEAL (Mayo de 2017) Lecciones (Dedicado a Guillermo Silveira) No basta con quebrar el silencio para pintar la música Gritar no sirve para dibujar el canto Los colores no son suficientes para que el mundo aflore Convertido en paloma o en niña que sujeta un violín Con una cuerda rota Solamente entornando los párpados del alma Podemos asomarnos a un mundo diferente Y pintar entonces una flor en una calle oscura O unas manos que rezan para que no se acabe el aire Ni el canto de los pájaros Para que en la noche sigan brillando las estrellas En la soledad de una esquina cualquiera Latía un corazón de colores oxidados Junto a unos niños Que llamaban a los sueños por su nombre Sabiendo que eran carne de su carne maltratada Ahogada en la penumbra de los días La mirada entonces salió de su clausura Y escapó venturosa Por una ventana verde abierta al campo Una ventana abierta al aire y a horizontes incendiados Que obstinado pinto Cada vez que me siento Enfrentado al claroscuro de la vida Son muchas las cosas que aprendí en aquel tiempo lejano Cuando el mundo era otro Cuando el tiempo pasaba Sacándole a la vida reflejos y secretos De tu mano jugué con la materia blanda Con que los locos dicen que se hacen los sueños Y libre me sentí Bendito seas, pues, por lo que me enseñaste Y en mi memoria habites hasta que mi sangre Se aleje de las cosas que palpitan Y se apaguen las luces de la sala
MARIBEL BAZAGA ZAMORA (Mayo de 2015) A Guillermo Silveira La blanca luz de la luna llena, que penetra entre olivos y naranjos y en tupidas alamedas. Así es la luz que nace y muere entre las manos del gran Silveira. Pinta, esculpe, es un poeta que siente y abraza la melancolía, añora la aventura circense y con la soledad del payaso irremediablemente se alía. Las grandes manos pidiendo justicia, las cabezas inclinadas, sumisas. Arcoíris luminoso entre sus dedos, que estalla de gozo en la paleta, y lo plasma en el lienzo. Ondulantes formas, colorista, dulce y penetrante, traspasan la llamada que hace en el tiempo y en mi corazón ha venido a posarse. Su obra, comprometida con el débil, el que sufre o el que nada tiene tiende una mano a la humildad y nos la trae hasta el presente. Con su forma singular de trabajar no solo transmite sensaciones: nos cuenta la triste realidad. Su espíritu generoso y altruista lo hacían un ser especial, un artista para imitar por nuevas generaciones En sus alumnos dejó trazos de su gran maestría, alas de tórtolas silvestres que vuelan sin ataduras de Norte a Sur, de Este a Oeste.